Actualmente, la mayoría de los estudios, relativos a las lesiones deportivas, se centran en la prevención de las lesiones pero hay una carencia evidente de qué ocurre cuando un deportista está llegando al final del proceso de recuperación e inicia su vuelta al juego, tanto en entrenamientos como en competición. El regreso a la actividad deportiva puede generar estrés, entre otras razones, por las inseguridades producidas por no tener la misma condición no solo física sino, técnica, táctica y psicológica, que el deportista presentaba previamente a la lesión.
Generalmente, cuando se menciona un caso de lesión en el ámbito deportivo, inmediatamente, se tiende a pensar en una rodilla, un brazo o un pie afectado, pero es importante plantear la posibilidad de que, tras una lesión física haya un impacto psicológico. Es previsible que las lesiones deportivas, da igual la parte del cuerpo donde ocurran, influirían tanto a nivel físico como emocional; alterando tanto al comportamiento como a los procesos cognitivos, a las relaciones interpersonales y al estado de ánimo.
Una vez el deportista ha superado el proceso de rehabilitación, parece que todo vuelve a la calma, físicamente , ya está listo para volver, pero se encuentra ante una situación potencialmente estresante, como una ola enorme que arrasa con todo y altera esa calma: la incorporación a la práctica deportiva habitual. El grado de estrés que experimente el sujeto dependerá, principalmente, de la gravedad de la lesión y el tiempo que le haya tenido separado de su deporte (Buceta, 1996).
Son numerosos los factores que pueden incrementar este estrés , entre otros, la propia incorporación puede suponer una reorganización de vida, un regreso a las exigencias propias de un entrenamiento y/o competición, la aparición de miedos por recaer o ser sustituido por otro compañero, la lucha por poder conseguir, en el menor tiempo posible, el rendimiento que presentaba antes de dicha lesión y un pulso ,finalmente , contra las expectativas tanto propias como las del equipo (compañeros y cuerpo técnico)y familiares.
Después de una lesión, cuando el deportista se incorpora sigue estando presente un malestar físico pero también, puede ocurrir que aparezca un malestar emocional, ambos igual de importantes. Cuando el deportista retoma la competición, desea volver a descargar adrenalina en el terreno de juego; sin embargo, es posible que algo surja en su interior cuando se ve en la pista disputando el partido, impidiéndole jugar en su modo habitual y realizar movimientos libremente. En estos casos, el deportista comienza a dudar de sus posibilidades, de su capacidad de afrontamiento y se puede bloquear, ante la preocupación de no volver a lesionarse. Probablemente, el deportista sepa que ese miedo es irracional, que sea consciente de que no hay peligro porque está recuperado pero, por más que el jugador quiera calmarse, ese malestar puede incrementar. Esto puede llevar a un bajo rendimiento en el desempeño del jugador/a, pudiendo suponer una amenaza para el deportista, sin que él o ella se den cuenta de que ese empeoramiento en el rendimiento suele ser fruto del miedo a la posible recaída. En muchos casos, se buscan razones que justifiquen el bajo rendimiento lo que lleva, en algunas ocasiones, a abandonar puesto que ya no encuentra satisfacción.
Quizás sería importante y recomendable que el deportista, pese a encontrarse rehabilitado, sepa cuáles son las limitaciones de su lesión, y sus riesgos; a partir de ahí entrenar y trabajar duro para poder recuperar el rendimiento que presentaba previo a la lesión. Esto es como cuando en yoga te dicen “estira y llega hasta coger tus pies”, ¡yo llego a las rodillas! Frustrarme podría ser una opción, agobiarme porque no llego, pero existen más alternativas. Respiro, acepto que mi limitación es llegar hasta las rodillas, tomo aire, y sigo avanzando; con trabajo y esfuerzo acabaré llegando a los pies. Lo mismo con una lesión, conócete, cuídate y, poco a poco, te recuperaras al 100%, disminuyendo a su vez la probabilidad de recaer.
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